Lentejita, Una historia de novela

Jorge Mesa, director del area de innovación de la universidad Eafit, le propuso a Tomas Lopera que escribiera nuestra historia y la convirtió en una historia de novela. Les compartimos por partes los pedazos de ella.

I
Lentejita se llamaba -el muñeco-, porque él era así -el novio-: un poco “lentejita”. Además, porque estaba relleno de esa leguminosa ¿leguminosa? Mmm… quizá. Bueno, de ese grano bíblico trocado en aquella historia por la primogenitura y todo lo demás. Lentejita se llamaba y se fue volando para Argentina. O se quedó, no lo sé muy bien, porque Viviana se fue subiendo por la geografía latinoamericana de ese sur sur, hasta su sur: Colombia. A su casa. Cuando el Lentejita humano recibió el Lentejita relleno de lentejas no entendió muy bien de qué iba todo. Pero en la noche, después de comer y de hablar con Viviana por el sistema de mensajería instantánea, se acordó de él y, casi inconscientemente, se lo puso encima. Sintió el peso del cuerpo del muñeco sobre su pecho, de los brazos largos sobre sus hombros y la sintió más cerca. Se sintió tranquilo. Probablemente fue un chorro de oxitocina que se regó por su cuerpo. Bueno, pero eso no vale la pena explicarlo ahora. En ese momento era solo un muñeco relleno de lentejas con cuerpo, piernitas y dos brazos largos, que abrazaba y que Viviana le había regalado a su novio argentino para que la recordara.
Ella llegaría a Colombia desubicada por la temporada de viaje suramericano. Por haberse llenado tan profundamente de geografía. Es que la geografía es un concepto importante para narrar esta historia, la influencia del entorno en la vida. En los humanos, pero en la vida de todos los seres vivos. No en vano, Viviana estuvo en Argentina haciendo un posgrado en biodiseño y su tesis universitaria fue en biónica, la disciplina que estudia cómo la naturaleza, a través de procesos evolutivos, genera soluciones inesperadas, sorprendentes y prácticas a problemas que pueden ser trasladados al diseño. Así, una mente inquieta paseó alguna vez su perro por el campo y notó las semillitas espinosas que se le pegaban a la bota del pantalón y al pelaje de Firulais. Tomó una y la llevó al microscopio para descubrir que se trataba de ganchitos pequeños pero abundantes que la semilla usaba para pegarse de superficies fibrosas para ser transportada y fecundada donde el azar lo dispusiera. Fue esa idea la que le dio origen al velcro que une los zapatos del bebé o los guantes de boxeo para hacer ejercicio anaeróbico. Ese es el ejemplo clásico que Viviana explicaba en sus clases de biónica en la Universidad EAFIT. Porque al llegar, volvió a la que fuera su alma máter de pregrado a ser profe. El novio argentino se fundió en el horizonte pronto y el primer Lentejita quedó a miles de kilómetros al sur esperando reunirse con su familia Abrazadora algún día.
Por esos días se enteró del divorcio de una tía. Viviana ya estaba más ubicada en Medellín y repartía su tiempo entre las clases en la universidad y un trabajo en una empresa de regalos fabricados por personas con discapacidades motoras o visuales. Le contaron que su tía no estaba bien, que lloraba mucho, que todo había sido muy traumático. Entonces se decidió a llamarla. Qué hubo tía, ¿cómo vas? Y que muy regular miamor, muy duro todo
esto, terminar algo que cuando uno lo comienza lo comienza para siempre, duele. Y ella, sí tía, yo sé, claro, te llamaba para preguntarte si vas a estar en la casa, te quiero llevar algo que le ha servido a otras personas en momentos duros.
La noche fue mucho mejor. Ya no sentía un vacío que comenzaba en su pecho y la atravesaba hasta el centro de la tierra. Ya no sentía la oscuridad. Desde que su sobrina Vivi le había llevado el Lentejita, estaba más tranquila. Todo el vacío se lo tragaba el muñeco de trapo. Sentía una nueva energía. Santiago, el hermano de Viviana, se llevó uno para Australia. Quería recordar a su hermana mientras estaba en esas lejanías australes. En los pocos momentos en que tenía tiempo libre, porque la vida en el país continente es dura para los inmigrantes, se ponía el Lentejita encima y sentía el abrazo de Vivi. O su prima, que se había llevado un Lentejita para Filadelfia y le contaba cada que la llamaba todos los detalles de la vida como estudiante en la Universidad de Pensilvania y nunca olvidaba contarle que le prestó su Lentejita a su roommate rumana y a ella le encantó.
Los Lentejitas tenían un poder enorme.
II
La decisión estaba tomada desde que hizo la práctica en dos multinacionales, estando en Argentina. En Peugeot, diseñando interiores de vehículos, con las mejores herramientas y softwares de diseño. En Unilever, con máquinas de prototipado rápido -cuando esa tecnología apenas se comenzaba a conocer en Colombia-. Allá, mientras era parte del equipo que hacía quinientas versiones de un empaque que capturara el concepto de “princesa” usando la máquina de prototipado para producirlos y focus groups para adaptarlo cada vez mejor a la idea del cliente, ella decidió que su camino era otro. Aún no sabía que sería el de la innovación social, pero sí tenía claro que no era el de los empaques de princesa, no sería una creadora de necesidades de validación. Creía en un desarrollo más humano. Por eso, cuando le ofrecieron una posición como profesora titular en una universidad pública de Medellín, no dudó en aceptarlo.

-En la proxima entrada les compartimos como sigue esta historia de novela.

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